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Leyenda, Fray Simplón y las Palomas
La leyenda de "Fray Simplón y las palomas" es una historia tradicional de Guayaquil, Ecuador, que combina elementos históricos, religiosos y fantásticos, reflejando la fe y la cultura popular de la región. Se sitúa en el contexto colonial, alrededor del siglo XVIII, y está vinculada al templo de San Francisco, ubicado en lo que hoy es la intersección de las calles Pedro Carbo y la Avenida 9 de Octubre.
Cuenta la historia que Fray Simplón era un fraile franciscano encargado de la iglesia de San Francisco, conocida por su campanario. Este fraile era un hombre bondadoso, sencillo y algo distraído, lo que le valió el apodo de "Simplón" entre los habitantes de Guayaquil. Su gran pasión era cuidar a las palomas, a las que alimentaba y protegía en un palomar que había construido en el campanario del templo. Pasaba tanto tiempo con ellas que a veces descuidaba sus deberes con los feligreses, respondiendo con simpleza y desinterés a las preocupaciones mundanas, lo que reforzaba su apodo.
En 1766 (aunque algunas versiones mencionan 1726), un fuerte terremoto sacudió Guayaquil, causado por la erupción del volcán Cotopaxi. El temblor dejó muchas construcciones en ruinas, y el campanario de la iglesia de San Francisco quedó gravemente dañado, con grietas que amenazaban su derrumbe. El corregidor de la ciudad, Licenciado Martín Bruno Sojo, recorrió Guayaquil para evaluar los daños y, al llegar al templo, advirtió a Fray Simplón que debía reparar el campanario en un plazo corto (generalmente tres semanas) o, de lo contrario, sería demolido. Sin embargo, el fraile, con su característica calma, respondió: "Su excelencia, aquí no ha pasado nada, mire cómo se mantiene en pie el albergue de mis palomas", mostrando más preocupación por sus aves que por la estructura.
Fray Simplón salió a pedir limosnas para financiar las reparaciones, pero los guayaquileños, ocupados en reconstruir sus propios hogares, apenas le dieron atención. Al cabo de una semana, solo había reunido tres monedas de plata. En lugar de desanimarse, el fraile, confiado en la providencia divina, dijo: "Dios proveerá", y usó el dinero para comprar comida para sus palomas. Pasados unos días, un albañil, feligrés de la iglesia, se ofreció a ayudar al fraile. Juntos lograron hacer reparaciones básicas para estabilizar el campanario antes de que se cumpliera el plazo.
Cuando el corregidor regresó, vio que el campanario seguía en pie y, frustrado porque no podía demolerlo, inventó una historia para intimidar al fraile, por quien sentía antipatía. Le dijo que había soñado con una legión de demonios que destruirían el campanario sobre su cabeza. Sin embargo, la leyenda da un giro fantástico: se dice que esa noche, miles de palomas blancas aparecieron en el cielo de Guayaquil, cubriéndolo por completo y oscureciendo la luz de la luna y las estrellas. Estas aves, descritas como "ángeles" por el fraile, trabajaron en perfecto orden, recogiendo escombros con sus picos y reconstruyendo milagrosamente el campanario. A la mañana siguiente, el corregidor, que había planeado burlarse de Fray Simplón, quedó atónito al ver una torre impecable, sin rastros de daño. Alterado, preguntó: "¿Qué ha pasado aquí?", a lo que el fraile respondió con serenidad: "¡Fue el coro de mis ángeles, señor! Mis ángeles".
La historia exalta la fe sencilla de Fray Simplón y su conexión especial con las palomas, que simbolizan la intervención divina. Aunque el relato mezcla hechos históricos, como la construcción del templo de San Francisco y los terremotos de la época, con elementos sobrenaturales, es un ejemplo del rico folclore ecuatoriano que resalta valores como la humildad, la compasión y la confianza en lo trascendente.
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